Tiene las manos blancas, el muchacho, este joven que recuerda al árbol
del patio de la casa. Son los dedos como tallos, tiembla, es ahora la
caricia el escenario, allí sucede, allí la voz que me adormece. Dice la
belleza y se levanta, crece como las flores, asciende la copa de su
cuerpo formando una maraña. Y yo que me cuelgo de sus ramas, trepo como
el animal y anido, soy el ave en esta carne que se abre.